“Adolfo, grandes cariños desde Argentina” fueron las palabras dedicadas por Allan Claudio Withington a Hitler.
Tras el volante de su avión Lancaster y sobre el final de la Segunda Guerra Mundial, fue la cabeza de una de las tantas estrategias de contraataque: al mando de su grupo lanzó un millar de tiras metálicas sobre la casa de Hitler con el fin de perturbar y despistar a los radares alemanes hasta saturarlos. Cuarenta años después, Withington terminó utilizando esa misma estrategia enseñada por el bando de los aliados en contra de quien alguna vez fue su maestro, esta vez para despistar radares del enemigo inglés, en la guerra que se desenvolvió en las Islas Malvinas. El mensaje de Tito era otro: “En el campo se acostumbra a querer agarrar al toro por las bolas. Galtieri quiso agarrarlo todo y el toro se lo llevó puesto…”Son unos pocos los sobrevivientes de la segunda guerra mundial, son muchos menos los que después de la guerra decidieron aterrizar y luchar por el suelo nacional en contra de aquellos que alguna vez fueron del propio equipo. Allan Claudio Withington (Tito para los familiares y allegados), nació el 11 de noviembre de 1923 e integró el escuadrón 625 con base en RAF Kelstern, Inglaterra. Ya adulto dio lo suyo para hacer nacer al Escuadrón Fénix perteneciente al bando militar argentino. Allan Withington participó alternadamente para un bando y para el otro. Del lado inglés, su pasión por el aire lo motivó a ofrecerse como voluntario. Del lado argentino, defendió a su patria. Todavía no había cumplido 20 años de edad cuando se plantó frente a su familia con la idea que lo obsesionaba: volar. “Yo tengo que ir allá a pelear para los ingleses”, dijo en su casa antes de subirse a un barco carguero que zarpó desde Buenos Aires con carne y cereales destinados a saciar a una Gran Bretaña en guerra. Una verdadera pena que Hitler se haya volado la cabeza (o así cuenta la historia) sin saber del mensaje que este cordobés descendiente de ingleses tenía para darle.Por iniciativa propia se dirigió a la embajada inglesa para enrolarse en el bando aliado. Como Tito, unos 3.000 argentinos no quisieron quedarse afuera de la historia y se ofrecieron como voluntarios en la Segunda Guerra Mundial. “En el barco se empezaba a sentir todo. Es más, como nadie sabía qué se iba a encontrar una vez estando en la guerra, alguien gritó “¡¡Submarino, submarino..!!”. Imaginate, todos nos asustamos hasta las patas. Pero resultó ser una ballena…”.En el mismo barco conoció a Harold Hyland, otro argentino afiliado a la odisea de cruzar el océano para frenar a Hitler. Pero Harold tuvo menos suerte que Allan. A él le tocó llorar a Peter, el hermano que no volvió de la guerra. Allan terminó sumando a la hermana de Harold, Sheila, a su familia mujer a quien convirtió en la señora de Withington. Ellos fueron integrantes del Escuadrón Anglo Argentino 164 «Firmes Volamos», creado en 1942.Allan se alistó en la Royal Air Force (RAF) de Londres y se entrenó con las fuerzas norteamericanas, donde recibió el adiestramiento necesario para manejar, controlar y manipular la tecnología aérea. “De paso recorrí todo el mundo. Así conoció Europa, el norte de África, Asia… Recorrí, no por placer, sino para buscar prisioneros. Supongo que no es lo mismo”. Durante la guerra cumplió la función de camuflar el escuadrón de aviones que seguía la cola de su avión. Al mando de su grupo, Tito era el encargado de soltar miles de papelitos metálicos que funcionaban como anzuelo y despiste. Estos papelitos eran captados por los radares alemanes que perdían toda precisión y exactitud al tomar las señales como si fueran las posiciones de los aviones atacantes. Debido a que Withington nunca quiso aceptar la ciudadanía inglesa, una vez finalizada la guerra volvió a Argentina con el fin de mantener su trabajo como piloto. Así fue como de vuelta en el país trabajó en empresas nacionales como Aerolíneas Argentinas y Austral. Además de ser piloto de vuelo, Tito colaboró con las Fuerzas Aéreas Argentinas (FAA) donde participó como instructor de vuelo de viajes comerciales y de simulacros de emergencia. Allan nunca fue un hombre que se fuera a quedar quieto. En 1978 decidió jubilarse para poder trabajar en el Banco de Italia, donde tuvo su primer contacto con los aviones que completaron esa pasión que fue incubando a través de los años. Gracias a ese trabajo, conoció a un pájaro del aire con plumas de metal, superior a cualquier otro que hubiese visto: los aviones Lear Jet, de increíble velocidad y tecnología. “Pasó a ser piloto de lujo, chofer de lujo. Trasladaba presidentes entre países y de paso entrenaba a otros pilotos que iban a trabajar con los Fortabat…”.Pero en 1982, historia conocida: agresión Británica de por medio, Tito no pudo aplacar aquella iniciativa que en 1942 lo llevó a participar voluntariamente en la guerra. Así, vio nacer al Escuadrón Fénix como el ave que resurge de sus cenizas, el cual tuvo su Bautismo de fuego en el conflicto del Atlántico Sur durante la guerra de Malvinas. Tito fue uno de los tantos chicos que de trabajar medio tiempo como ninjas y defensores del universo se ofrecieron como voluntarios para combatir en la Segunda Guerra Mundial a favor de los aliados. Uno de los tantos que de ser jefes de familia, abogados, ingenieros, maridos, padres y esposos, cambiaron el proceso de ilusiones, aspecto, habilidades, ideas políticas, amores y pasiones para ser hombres que arriesgaron a dejar la fantasía de soldaditos de plomo para encarnarlos en sangre propia.Fue integrante del primer grupo de treinta aeronaves, pilotos y mecánicos aeronáuticos que se despacharon al Sur del País cubriendo las diferentes movilizaciones y despliegues implementados por la Fuerza Aérea. Al igual que en 1942, en esta ocasión tampoco dudó al momento de luchar en Malvinas. La ironía fue que, esta vez, el enemigo era aquel bando inglés al que alguna vez defendió. “No, bombas no tiró nunca. Vio morir a un compañero y prefirió ser la punta de su escuadra con el objetivo de despistar radares alemanes para lograr camuflar el ataque de los aviones. Lo mismo que había hecho en la segunda guerra…”, comentó Daniel Withington, uno de los 7 hijos de Tito. “Pero así como se les sumó sin chistar en el 43, en el 82 fue del bando de “el que no salta es un inglés”. En la Guerra de Malvinas se subió a un avión. Peleó con y en contra de Inglaterra. Voló un Learjet del por entonces Banco de Italia y podría haber argumentado algo para no ir pero donde iba el avión iba mi papá. Imaginate, si se fue a la guerra a los 18, a los 60 y pico no iba a ser menos. Le dieron un uniforme y no lo vimos por una semana.” Una vez iniciada la guerra en Malvinas, Allan se acercó a quien era su jefe en el Banco de Italia para pedir prestados los aviones con el fin de ser usados a favor del país argentino, debido a la amplitud del alcance de los radares. Con 59 años, se embarcaba al encuentro de lo que sería una guerra muy diferente a la jugada años atrás en suelo Europeo. “Los militares son unos pelotudos. No podíamos ganar, pero no podíamos dejar que mueran todos tan impunemente.”, dice Allan.La Fuerza Aérea Argentina, ante la necesidad de aumentar los volúmenes de carga y pasajeros a ser transportados a las Islas Malvinas, movilizó parcialmente medios aerocomerciales pertenecientes a Aerolíneas Argentinas y Austral. El otro componente fue compuesto por los miles de soldados que fueron enviados al suelo frío del sur para defender un país que participó en una guerra nacida de las falencias intestinas de un gobierno dictatorial en decadencia. Withington había conseguido uno de los tantos aviones civiles que simulaban aeronaves de combate en los radares de la Fuerza de Tareas Británica y que motivaban continuas alarmas e incursiones de parte de las Patrullas Aéreas de Combate (PAC). Muchas de las salidas de esta aeronave dentro del Escuadrón Fénix encubrieron exitosas misiones de combate que ocasionaron notorias pérdidas a las fuerzas expedicionarias inglesas en el marco de la Guerra de Malvinas.“Las aeronaves que fueron usadas contaban con múltiples ventajas: velocidad, excelente nivel de vuelo y mimetización ante la imposibilidad de ser discriminadas por los radares del enemigo… Pero él sabía la las pocas chances que había de ganarle a los ingleses. Allan había volado esos aviones y nos decía que íbamos a perder la guerra. Por eso lo tildamos de loco. Pero tenía razón, ese sistema bélico era insuperable”, comenta Susana, actual esposa de Daniel Withington.En el sur del país, Tito realizó tareas de retransmisión en vuelo, exploración y reconocimiento, búsqueda y salvamento, diversión (para confundir al enemigo y mantenerlo en alerta permanente) y guiado de escuadrillas de combate hasta las proximidades del objetivo. Pero la gran distancia desde el continente a las Malvinas imponía limitaciones para la operación de los aviones, por ello se seleccionaban las pistas próximas al archipiélago, estableciéndose las bases en Trelew, Comodoro. Rivadavia, San Julián, Santa Cruz, Río Gallegos y Río Grande. En la base ubicada en Río Gallegos, Allan dedicó sus actividades a practicar lo que el bando enemigo le había enseñado.Entre las tantas picardías que se podrían argumentar contra las fuerzas argentinas, Tito recuerda el hecho de que las aeronaves no se encontraban artilladas, de modo que las mismas se enfrentaban al enemigo sin la posibilidad de dar respuesta bélica alguna. Por lo tanto, la única alternativa con la que contaban los pilotos de vuelo constaba en quedar librados a su buena suerte y a las maniobras evasivas que pudieran realizar para evitar impactos mortales de la agresión de aviones Sea Harrier enemigos, misiles lanzados desde tierra o de las posiciones navales. Igual desventaja y pérdida de chances tenía lugar en caso de enfrentamiento y ello era así por el hecho de que estas aeronaves no contaban en ningún caso con la posibilidad de eyección o del lanzamiento en paracaídas de sus tripulantes Fue en el cielo donde encontró la fascinación de su vida pero fue ese mismo cielo bajo guerra el que le quitó la vida de uno de sus amigos. “No quise subir más. No quería saber más nada. Pero uno de los militares con mayor rango que el mío me puso un chumbo en la cabeza y me dijo: “o subís o te bajo yo”… Y yo no podía dejar a una familia con siete hijos”. Las ironías de la vida hicieron que veinte años después de la finalización de la guerra contra Gran Bretaña, Tito fuese condecorado por la Corona Inglesa por su voluntariosa participación en la segunda guerra mundial. Una emotiva ceremonia en la St. Clement Danes Church y otra en la residencia del embajador argentino sirvieron para rendir homenaje a los 754 voluntarios argentinos que se alistaron en las fuerzas aliadas durante la Segunda Guerra Mundial, de los cuales once asistieron al acto. Allí, la misma Reina hizo entrega de medallas y se presentó el libro “Alas de trueno”, de los autores bahienses Claudio Meunier y Oscar Rimondi y del pintor aeronáutico Carlos García.Hoy en día es difícil encontrar que alguien describa su pasaje por una guerra. Y Tito no es la excepción. Habiendo vivido dos guerras sufre las consecuencias del Alzheimer, enfermedad progresiva que le ataca el cerebro y genera como consecuencias limitaciones de la memoria, el razonamiento y el comportamiento. Desde el sillón no da más detalle que lo superficial de la guerra. El resto se lo guarda. Se dedica a coleccionar pingüinos y a sumergirse en una docena de pinturas que emulan los aviones y máquinas que disfrutó manejar en sus días de actividad como soldado. Quedan pocos de estos verdaderos pioneros de la aviación para quienes volar representó alguna vez la aventura.
Fuente Chocolate y Canela: Allan Claudio Withington
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