CAPITULO LXIV » ESCUADRÓN FÉNIX”
En medio de la guerra, un grupo de pilotos civiles y militares, realizó arriesgadísimas misiones de diversión (que no tienen nada que ver con lo que uno imagina) «pinchando» el radar del invasor y obligando a despegar una y otra vez, inútilmente a los interceptores enemigos sin contar con armamento a bordo. Su jefe, como es costumbre en la Fuerza Aérea, en la que el más antiguo va al frente de la Escuadrilla; cayó en combate, como testigo de que el Jefe debe dar lo mismo o más aún de lo que exige. Era el Vicecomodoro D Rodolfo Manuel De la Colina.Relata: Capitán Bianco – Jefe de Escuadrilla Lear-Jet y miembro del Escuadrón Fénix
Durante la batalla de las Malvinas, fui integrante del Escuadrón Fénix, formado por civiles y militares, contando con un nutrido y variado material aéreo. Cumplíamos todo tipo de misión, desde traslados entre Bases, misiones de diversión (simulábamos que éramos escuadrillas de aviones de combate para obligar a despegar a la caza inglesa, retornando antes de estar en distancia de tiro, para obligarlos a desgastarse), exploración y reconocimiento, guiado por aviones Mirage V al blanco, cuando la cosa estaba muy fea, fotografía aérea y otras. (Relevamiento significa sacar fotografías de un lugar en especial).
Además de Puerto Argentino, se realizaron relevamientos de otras pistas en nuestras Malvinas, tanto en la Soledad como en la Gran Malvina, que permitieron instalar Bases como Darwin y determinar si podían ser utilizadas como alternativa para nuestros aviones. El sistema utilizado fue muy ingenioso, se enviaba un Lear Jet, previa coordinación con la isla, para aterrizar en Malvinas; mientras se aproximaba iba sacando fotografías, cuando estaba próximo al aterrizaje regresaba al Continente, simulando una falla, se lo reemplazaba por otro igual, y volvía a la isla, pasando la inspección más rigurosa por parte de los ingleses.
Realizamos 129 misiones y volamos un total de 324 horas, con el saldo de un avión derribado y cinco tripulantes fallecidos.
Recuerdo como si hubiera ocurrido hoy, el día en que partió para no volver nuestro Jefe y los que le acompañaban en su última misión.
El día 6 de junio a las 21:00 horas, el Oficial de turno del Escuadrón Fénix recibió la orden fragmentaria proveniente del Jefe de la Fuerza Aérea Sur, que debía ser realizado al día siguiente por dos aviones Lear-Jet. Todos los pilotos estábamos cenando en el Casino de Oficiales, pues por ese día se habían terminado las misiones nocturnas de diversión.
El Jefe del Escuadrón, Vicecomodoro De la Colina, designó las tripulaciones; en el primer avión iría él y el Mayor Falconier, en el segundo iríamos el Teniente Casado y yo.
En realidad, ésta se preveía como una misión más de diversión; se estipuló que la reunión previa sería a las 07:00 horas del día siguiente, por lo que nos fuimos todos a dormir.
El día 7 de junio, después de desayunar, nos reunimos de acuerdo a lo convenido. El Vicecomodoro nos explicó que la orden era ir hasta un punto de coordenadas geográficas situadas en la zona noreste de la isla Soledad, con los dos aviones formados, simulando una sección de aviones de combate.
Debíamos encontrarnos con dicho punto a las 09:00 horas, pues íbamos a operar en coordinación con otra sección del Escuadrón Fénix que operaba desde otra Base. Cuando llegáramos al lugar exacto, deberíamos hacer contacto con el Radar Malvinas y colocarnos bajo las órdenes del mismo.
Lo que se buscaba con la operación, era hacer despegar aviones Harriers enemigos, los que se suponía ya operaban desde tierra y detectar las posibles zonas en las que tenían sus plataformas de lanzamiento, de acuerdo a los ecos que aparecieron en la pantalla del radar propio.
Escuchábamos la información meteorológica, la que se presentaba inusualmente buena, en la zona de operación. El Vicecomodoro tomó un avión de la Fuerza Aérea y nosotros subimos a uno civil, de los que pusieron patrióticamente a nuestra disposición.
En el primer avión iría como fotógrafo observador el Capitán D Marcelo Lotufo. En mi avión subió como observador, voluntariamente, el 1er. Teniente Bonaz. Como tarea complementaria, al regreso probaríamos un nuevo sistema de comunicaciones, el que servía para que el enemigo no nos detectara cuando hablamos por radio. El Suboficial Ayudante Luna del Grupo I de Comunicaciones, radiooperador, se ofreció como voluntario para la misión y completaban la tripulación el Suboficial Auxiliar Marizza, y el Cabo Principal Bornicen, este último en nuestro avión.
Todavía de noche, nos dirigimos a las máquinas que ya habían sido preparadas por el Grupo Técnico.
A las 08:00 horas despegamos con un intervalo de 5 segundos entre ambos.
A los veinte minutos de vuelo alcanzamos el nivel asignado, nos comunicamos con la sección que despegaba desde otra Base y luego hicimos silencio de radio. Ya estaba amaneciendo. Colocamos frecuencia del Radar Malvinas, y permanecimos en escucha. El guía me ordenó abrir un poco la formación, que hasta ese momento manteníamos cerrada. Como raras veces sucedía, era un día claro e ilimitado y debido a nuestra altura de vuelo (13.000 metros), comenzamos a ver las primeras islas del archipiélago. Escuchamos que la otra sección llega al punto y al no establecer contacto de radio con Malvinas, regresa a su Base de asiento.
Siendo las 08:35 horas, escuchamos en la frecuencia una comunicación en inglés.
A las 09:00 horas, llegamos al punto asignado. El guía llamó tres veces al Radar y éste le respondió por última vez.
Solicitamos que nos actualicen las PAC (Patrullas Aéreas de Combate inglesas), que había sobre las islas, nos responden que hay dos, una al norte a 200 kilómetros de nuestra posición y otra al sur a 250 kilómetros. Comenté con mi copiloto que estaban muy lejos y por ahora no representaban ningún peligro para nosotros.
Mientras hacíamos esto, nos pasamos unos 35 kilómetros del punto, ya sobre las islas. El Teniente Casado me informó que tenía a la vista la Bahía San Carlos y casi al mismo tiempo el guía comenzó a virar para volver porque nos habíamos adentrado demasiado en zona caliente.
-¡Nos lanzaron dos misiles! —dice mi copiloto de pronto— ¡ Estoy viendo sus estelas!.. . ya no las veo más.
Inmediatamente le comunico al Jefe de Sección en la frecuencia interna y él me contestó que los había visto, e inicia un brusco viraje hacia la izquierda ordenándome que hiciera lo mismo. A continuación le dijo al Radar que nos volvíamos, pero éste le dijo que no era necesario pues las PAC que venían a nuestro encuentro se estaban volviendo; más no hubo respuesta de nuestro Jefe de Sección.
Yo estaba separado lateralmente unos 50 metros y 100 metros más arriba, cuando un misil Sea Dart impactó en su avión, el que comenzó a caer, mientras el Vicecomodoro De la Colina, con una tranquilidad propia de los elegidos por el Señor, quienes saben que la muerte no existe para sus hijos, simplemente dijo: -“Nos dieron, no hay nada que hacerle….”
Di potencia a pleno y busqué altura mientras veía los restos de su avión cayendo hasta perderse de vista.
La otra sección, que había escuchado todo, comenzó a llamarnos, pero apagué mi equipo de radio, pues estaba muy alterado
Fueron minutos terribles, pues esperábamos que en cualquier momento hiciera impacto el otro misil en el fuselaje de nuestro Lear-Jet, y acabamos de ver morir a un puñado de valientes con quienes habíamos compartido muchas vivencias. Las islas no pasaban nunca, el tiempo tampoco, pero la tripulación mantuvo la calma, nadie dijo nada, nadie fue capaz de una actitud temerosa, ante el tremendo ejemplo de valor y heroísmo, hasta el último momento de su vida, de nuestro jefe y su tripulación. Recién después de varios minutos comenzamos a respirar normalmente, lo único que deseábamos en ese momento era aterrizar lo más pronto posible.
Nos costaba creer lo que habíamos visto, pero en nuestro interior sabíamos que atrás dejábamos a cinco héroes que habían caído cumpliendo con su deber hasta las últimas consecuencias.
Aterrizamos en un silencio respetuoso y agradeciendo interiormente el estar con vida.
Fuente: Con Dios en el Alma y un Halcón en el corazón Comodoro Pablo Marcos Rafael Carballo – Ediciones Argentinidad – Agosto 2004, Córdoba Argentina
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