Hundimiento del Isla de los Estados – ARA – Marinos Civiles

Fuente: www.malvinense.com.ar/smalvi/2013/2306.htm

10 de mayo de 1982

Hundimiento del Isla de los Estados

Casi toda la tripulación desapareció de la faz de la tierra al ser cañoneada por un buque enemigo. El único español muerto en combate fue en este día. Conozca el relato de los dos únicos sobrevivientes que fueron rescatados seis días más tarde.

Heroicos hombres bravíos de la Patria que en este día perdieron la vida defendiendo el futuro de la Nación. Elevamos una oración en la memoria de estos valientes, para que sus almas descansen en paz.

El buque
El Isla de los Estados, era un barco mercante español construido en 1975 en Guijón y llamado Trans-Bética, que fue incorporado en diciembre de 1980 a la Armada Argentina y se rebautizó como Isla de los Estados. Su tarea fundamental consistía desde antes del conflicto bélico en el transporte de víveres, combustible y medicinas para los malvinenses. Lo hacía en virtud del cumplimiento de acuerdos anglo-argentinos, este barco también llevaba maderas a las islas y transportaba ovejas al continente, concretamente navegaba 670 kilómetros hasta Río Gallegos, en la provincia de Santa Cruz.
Si bien tuvo la oportunidad de desembarcar en el continente, Olveira no lo hizo y se quedó a bordo como voluntario, realizando las tareas de aprovisionamiento. El 29 de marzo de 1982 zarpó de Puerto Deseado rumbo a Puerto Argentino en su último viaje. El 4 de abril llegó a Puerto Argentino, la capital de las islas al mando del Capitán de Ultramar Tulio Néstor Panigadi.

El artero ataque pirata
El 10 de mayo de 1982, por la noche, los ingleses localizaron el buque mercante en el Estrecho de San Carlos y a pesar de pertenecer a la marina mercante, fue atacado cerca de las 22 horas estando a unas diez millas de Puerto Mitre (también conocido como Puerto Howard).
El barco atacante era la fragata pirata HMS Alacrity, que, sin piedad alguna, hizo numerosos impactos en el buque, el ARA Isla de los Estados estaba ardiendo y escorado a estribor hasta que se produjo la explosión de los tanques de combustible y el barco se hundió en un lapso de menos de 10 minutos, arrastrando consigo a la tripulación. La nave de referencia tenía 81,4 metros de eslora, 3.900 toneladas de desplazamiento y una velocidad máxima de 14 nudos.
Luego del ataque la fragata inglesa se retiró del lugar rápidamente sin cumplir con los códigos de los marinos… sin siquiera intentar rescatar a los náufragos.
Al ser de noche, la situación empeoró las cosas. Pereció toda la tripulación, a excepción de cuatro sobrevivientes, aunque dos no llegarían a la costa.

El atemorizado capitán
Digno de aquél que arroja la piedra y esconde su mano, sin afrontar las consecuencias. Lo correcto hubiera sido socorrer a los naúfragos. De haber actuado en forma negligente, se hubieran salvado dos marinos argentinos. Años después, se supo que el capitán de la fragata HMS Alacrity, llamado Chris Craig, literalmente había salido huyendo, porque adujo que «creía que toda la zona estaba llena de tropas argentinas».
El almirante Sir John Forster «Sandy» Woodward, a cargo de la Task Force, le había ordenado a la fragata Alacrity que recorriese, la noche del 10 de mayo, de sur a norte y en toda su longitud del estrecho de San Carlos, que separaba las islas Soledad y Gran Malvina. Su misión era descubrir si sus aguas estaban minadas y si existían defensas costeras que pudieran comprometer las operaciones para re invadir las islas.
Durante su silenciosa y tensa travesía nocturna, la Alacrity detectó un barco de superficie. Craig ordenó preparar el cañón de 4.5 pulgadas y lanzó una bengala, luego de algunos minutos efectuó una serie de disparos, haciendo desaparecer el contacto de sus pantallas. Había hundido al transporte mercante argentino Isla de los Estados.
Perdido el secreto de su misión, Craig ordenó poner en máxima potencia a sus motores para salir del estrecho y alcanzar a toda velocidad la seguridad de aguas abiertas, donde además esperaba encontrarse con otro barco británico. A la salida del estrecho de San Carlos, a las 01.30 horas del día 11 de mayo, la fragata por poco es hundida por el submarino argentino San Luis que le disparó dos torpedos, uno estalló pero se ignora dónde.

El naufragio
Sólo 4 personas de la tripulación del Isla de los Estados pudieron escapar y alejarse apreciablemente del buque, pero dos de ellas murieron al dirigirse a la costa.
Tras la explosión en el Isla de los Estados, el Capitán de Corbeta Alois Esteban Payarola, uno de los pocos supervivientes en el puente, salió hacia el costado de babor donde se encontró con el mayordomo Omar Héctor Sandoval (nacido el 9 de noviembre de 1929 en La Plata; tenía 52 años, una esposa y tres hijos de 19, 17 y 16 años que esperaban ansiosos su vuelta a la casa) y el marinero Alfonso López, y entre los tres consiguieron lanzar al agua una de las balsas inflables. López se tiró al agua por la popa y cayó dentro de la balsa, puesto que no sabía nadar. El mayordomo no tuvo tanta suerte. En su zambullida fue a impactar con una parte saliente del casco y cayó al mar sin sentido. Desapareció bajo las aguas antes de que sus compañeros pudieran prestarle auxilio. No eran los únicos que intentaban escapar del desastre porque cerca de ellos se oían gritos, cuya procedencia no se podía determinar. Seguramente se trataba de otros supervivientes que intentaban lanzar alguna balsa por haber quedado inservibles los botes salvavidas.
En pocos minutos, la escora del ARA Isla de los Estados llegaba a los noventa grados, antes de abandonar la nave, Payarola estuvo deambulando por la misma mientras se escuchaban explosiones menores, hasta que decidió lanzarse al agua helada. Se dirigió nadando hacía un punto de donde provenían gritos. Era una de las balsas en las que habían conseguido embarcar los marineros Antonio Máximo Cayo y Manuel Olveira que lograron salvarse pocos minutos antes que se hunda el barco.
Mientras tanto, un helicóptero Lynx británico evolucionaba sobre el mercante observando su hundimiento, lo que confirmaba la autoría del ataque. Por su parte, la fragata HMS Alacrity proseguía su camino a toda máquina hacia el norte sin prestar ayuda a los náufragos. Si lo hubiera hecho, Olveira y todos los demás hubieran sobrevivido.
Aunque la segunda balsa se encontraba en bastante mal estado, Olveira y su compañero ayudaron a subir a Payarola que acababa de llegar. El frío era intenso y todavía se escuchaban por la zona algunos gritos mientras observaban en la oscuridad si encontraban a otros náufragos.
El Capitán de Corbeta Payarola pensó que con los tres encima la balsa no duraría mucho, decidiendo lanzarse de nuevo al agua. Optó por dirigirse nadando hacia un bulto negro que resultó ser la otra balsa con el marinero López, el Capitán Panigadi y el Primer oficial Bottaro. Los dos oficiales pudieron escapar del puente tras la explosión y los había recogido López.
Entre los tres le ayudaron a subir a bordo. Esta balsa se encontraba en buen estado, aunque la corriente les alejó de la zona del hundimiento, dejando de oírse las voces. En esos momentos, el ARA Isla de los Estados ya había desaparecido bajo las aguas con buena parte de su tripulación en el interior.
La costa estaba a la vista. No quedaba más remedio que remar para acercarse antes de que la corriente terminase por arrastrarlos mar adentro. En un arrebato, el Capitán Panigadi se tiró al agua iniciando una lenta aproximación a nado hacia la costa. El siguiente en hacerlo fue el Primer oficial Bottaro, el único que llevaba chaleco salvavidas. Más tarde, Payarola llegó nadando a tierra al mismo tiempo que remolcaba la balsa con el marinero López a bordo. Entretanto, ambos pudieron observar como el Capitán del buque, Tulio Néstor Panigadi se desviaba de la buena dirección y continuaba nadando hasta perderse de vista (quizá decidió que no podía seguir viviendo al hundirse su barco y su gente), y como se le agotaban las fuerzas al Primer oficial Bottaro en su particular aventura. Más tarde, el cuerpo del Capitan Panigadi, fue recuperado por los hombres del Río Carcarañá.
A las 03:30 horas consiguieron llegar a tierra, identificada posteriormente como la Isla Cisne, y sacaron del agua al Primer oficial Bottaro. Estaba completamente agotado y helado de frío. A pesar de aplicarle todos los cuidados que podían, terminaría falleciendo.
Respecto a la segunda balsa y sus dos ocupantes, donde estaba Olveira, nunca más se supo que fue de ella.
Así fue como veinticuatro héroes (14 civiles y 10 militares) murieron, integrando la lista de los 649 patriotas que ofrendaron sus vidas en Malvinas.
Finalmente el marinero Alfonso López (también gallego de Fisterra) y el capitán de Corbeta Alois Esteban Payarola alcanzaron una isla en medio del estrecho de San Carlos. Allí, en la isla Cisne, debieron soportar bajas temperaturas y sobrevivieron comiendo lo que encontraron y bebiendo agua de lluvia, hasta que el 16 de mayo (6 días después) fueron rescatados por el buque mercante Forrest de 250 toneladas de desplazamiento y una velocidad de 9 nudos que fue requisado y puesto bajo el mando del teniente de navío Rafael G. Molini. El buque pertenecía antes del 2 de abril, la Gobernación Colonial y realizaba tareas para la Falkland Islands Company, la compañía propiedad de Margaret Thatcher y su esposo.
De los dos supervivientes, el marinero gallego Alfonso López (que llegó al país a los 15 años, trabajó como marino mercante), tras sobrevivir al hundimiento de su barco siguió en la mar como contramaestre hasta su jubilación en 1992, falleciendo el 24 de septiembre de 2005. En tanto que el Capitán de Corbeta Alois Esteban Payarola, se le otorgó la Medalla al valor en combate y vive en la actualidad en Bahía Blanca.

El gallego malvinero
Aquí se produce el paso a la inmortalidad del único español caído en combate. MANUEL OLVEIRA, UN HÉROE GALLEGO EN LA GUERRA DE MALVINAS. El único español muerto en la Guerra de Malvinas. Era nacido en Finisterre, Galicia, se llamaba Manuel Olveira y residía en la localidad bonaerense de Lanús.

 Fuentes: Alberto Seoane y Veteranos de Madryn, Chubut

A Manuel Olveira se lo recuerda en la Plazoleta de Remedios Escalada y Concejal Noya, en Lanús (provincia de Buenos Aires), donde una placa conmemorativa y luego una estatua, erigida el 31 de mayo de 2003 le rinde homenaje. Olveira había nacido en la emblemática Fisterra, un municipio español de la provincia gallega de La Coruña, el 3 de diciembre de 1934. Allí pasó su juventud hasta que decidió emigrar a América en 1957. En Argentina, a cuestas con su oficio, no pudo dejar su vocación de hombre de mar y es así que durante el conflicto bélico en Malvinas, trabajó en el buque mercante Isla de los Estados, transportando mercancías a las islas

Así es como en la noche del 10 de Mayo de 1982, cerca de Puerto Howard, en una de las tantas misiones de transporte, fue atacado por la fragata británica HMS «Alacrity», cuyos cañonazos dieron en la carga de combustibles y municiones que llevaba. El «Isla de los Estados» explotó y desapareció junto con casi toda su tripulación en pocos minutos.

Sobrevivientes
Capitan de Corbeta Alois Payarola
Marinero Alfonso Alfredo López

El hundimiento de este buque fue un suceso emblemático, ya que operaban en él hombres de las tres Fuerzas Armadas, de la Prefectura y de la Marina Mercante.

ROL DE HONOR – TRIPULACIÓN DEL «ISLA DE LOS ESTADOS» MUERTA EN COMBATE

Personal de la Marina Mercante
Capitán: Capitán de Ultramar Tulio Néstor Panigadi
1º Oficial Capitan de Ultramar Jorge Esteban Bottaro
2º Oficial Piloto de Ultramar Jorge Nicolás Politis
Jefe de Máquinas Maquinista Naval Miguel Aguirre
1º Maquinista Maquinista Naval Alejandro Omar Cuevas
Contramaestre Benito Horacio Ibáñez
Cabo de Marina Jorge Alfredo Bollero
Marinero Manuel Olveira (Corregido, no era Oliveira)
Marinero Antonio Máximo Cayo
Marinero Antonio Manuel Lima
1º Electricista Pedro Antonio Mendieta
1º Mecánico Enrique Joaquin Hudephol
1º Cabo Omar Héctor Mina
1º Cocinero Rafael Luzardo
Mayordomo Héctor Omar Sandoval
Personal de Ejército
Capitán Marcelo Sergio Novoa
Sgto. Ayudante Victor Jesús Benzo
De la Armada Argentina
Cabo Ppal. Rubén Torres
Cabo Enfermero Orlando Cruz
Cabo 2º Oscar José Mesler
De Fuerza Aérea
Cabo 1º Héctor Hugo Varas
De Prefectura Naval
Marinero Jorge Eduardo López

MALVINAS
Guerra en el Atlántico Sur

Capitulo 24

LA ODISEA DEL “ISLA DE LOS ESTADOS”

El 9 de mayo el FAS resolvió llevar a cabo una serie de ataques contra la flota enemiga alistando numerosas escuadrillas de Skyhawk A4B y A4C, Mirage V-Dagger, Learjet, Hércules, Boeing 707 y hasta un Hawker 125.

Los primeros en decolar fueron los Learjet del reorganizado Escuadrón Fénix quienes tuvieron a su cargo maniobras de diversión para atraer sobre sí las PAC interceptoras y los radares de la Royal Navy y abrir camino a los cazabombarderos y cisternas que debían operar en la zona de combate. El Hawker 125, al comando del vicecomodoro R. Quiroga (primer teniente Aníbal Dante Poggi, alférez Roberto. Mariani), tendría a su cargo una misión de control aéreo táctico.

Los cazas movilizados ese día fueron los A4C del Grupo 4 de Caza que organizados en secciones de cuatro, tres y dos aparatos respectivamente, efectuaron salidas para interceptar y atacar blancos navales.
La primera de ellas, integrada por el capitán Jorge O. García, los tenientes Jorge R. Farías y Jorge E. Casco y el alférez Gerardo G. Isaac, despegó de San Julián a las 15.40 hs. bajo el indicativo “Trueno”, seguida por los “Cóndor” del capitán Mario Jorge Caffaratti, el primer teniente Jorge Daniel Vázquez y el teniente Ricardo “Tom” Lucero y los “Fortín” de los teniente Ernesto R. Ureta y Daniel A. Paredi, a quienes cubrían los Mirage V-Dagger de las secciones “Puma” y “Jaguar” con el mayor Juan Carlos Sapolsky, el primer teniente Jorge Daniel Senn, el capitán Raúl Ángel Díaz y el teniente Mario Miguel Callejo la primera y el vicecomodoro Luis Domingo Villar, el capitán Norberto R. Dimeglio el primer teniente César Fernando Román y el teniente Gustavo E. Aguirre Faget, la última.

Ninguna de ellas alcanzó los objetivos debido a las pésimas condiciones climáticas. Aun así, los “Trueno” del capitán García decidieron seguir su avance, deseosos de llegar a la zona de combate, sobrevolando la isla Gran Malvina a bajo nivel, en medio de lloviznas y nieblas que iban aumentando a medida que se aproximaban a los blancos.
Al noreste de Puerto Argentino, el destructor “Coventry” y la fragata “Broadsword”, captaron en sus radares, dos ecos que se aproximaban en medio de la borrasca. Se trataba de los Learjet de las secciones “Litro” (capitán Miguel Arques, teniente Eduardo Cercedo y teniente Oscar Domínguez) y “Pepe” (mayor Ricardo González, capitán Ricardo Ceaglio), a quienes les dispararon tres misiles Sea Dart (14.17Z) que erraron por amplio margen y permitieron a los aviones alejarse de regreso a su base.

La escuadrilla “Trueno” siguió avanzando hasta el archipiélago de las Sebaldes, al noroeste de la Gran Malvina, donde la misión terminaría en tragedia.
Debido a las pésimas condiciones climáticas, los aviones de Casco (matrícula C-313) y Farías (matrícula C-303) se estrellaron; el primero, en la cara noroeste de los acantilados de las islas Jasón del Sur, también llamadas Los Salvajes (51º12’23’’S, 60º53’26’’O), y el segundo, al sudoeste, en las aguas que daban frente a sus playas.
Los restos de Casco serían hallados por efectivos de la Royal Navy en 1999 con su carga de bombas intacta y el piloto en su cabina. Farías nunca fue encontrado1.
El capitán del “Coventry”, David Hart-Dyke, reclamaría los derribos convencido que los misiles que había disparado contra los Learjet de las secciones “Litro” y “Pepe” habían alcanzado a los Skyhawk, pero no fue así. Su buque y el “Broadsword” (objetivos de la escuadrilla “Trueno”) se hallaban muy cerca de Puerto Argentino cuando tuvieron lugar los hechos, a una considerable distancia de las Islas Sebaldes, por lo que sus Sea Dart jamás pudieron llegar hasta ellos.

Aquel no fue un buen día para la Argentina ya que en el aeropuerto de la capital malvinense fueron averiados un Puma de la Prefectura Naval, otro del Ejército y un Bell UH-1H de esta última arma.

Al día siguiente tuvo lugar una nueva tragedia naval que si bien no tuvo la magnitud de la del crucero “General Belgrano”, fue igual de significativa en lo que a pérdida de hombres y material logístico se refiere.

Durante la noche del 9 al 10 de mayo, el ARA “Isla de los Estados” navegaba aguas del Estrecho de San Carlos, en dirección a Bahía King (Puerto Rey), después de descargar pertrechos en Bahía Zorro (Fox Bay) durante buena parte del día.

En capítulos anteriores hemos visto al transporte integrando la flota argentina durante el Operativo “Rosario” y las tareas de alije y descarga que estuvo realizado en Puerto Argentino los días posteriores a la ocupación.

Construido en astilleros de Gijón, España, en 1975, se incorporó a la Armada Argentina cinco años después, adoptando el nombre de la legendaria isla que había inspirado a Julio Verne para una de sus mejores novelas 2.
Con su eslora de 180 metros, su velocidad máxima de 14 nudos y sus 3980 toneladas de desplazamiento, efectuaba el servicio interisleño transportando personal militar, armamento, suministros y víveres para las dotaciones apostadas a lo largo del archipiélago. Vale destacar que fue la primera embarcación argentina en atracar en Puerto Stanley el día de la invasión, hecho que tuvo lugar a las 12.00 del 2 de abril.

El 27 de marzo, el buque había cargado equipos, raciones y material de logística para la Compañía de Ingenieros 9 en Puerto Deseado y al día siguiente se hallaba en Puerto Belgrano, de donde zarpó junto a la fuerza de tareas argentina que iba a ocupar las islas, al mando de su capitán, Tulio Néstor Panigadi.

Capitán y buque quedaron sujetos al control del Apostadero Naval Malvinas, cuyo jefe era el capitán de fragata Adolfo A. Gaffoglio.

El coordinador y asesor militar designado por la Armada para embarcar en la nave y hacer las veces de enlace fue el capitán de corbeta Alois Payarola que estuvo secundado en sus funciones por el suboficial radiotelegrafista Rubén Torres y el cabo primero enfermero Orlando Cruz.

Durante el Operativo “Rosario”, el “Isla de los Estados” integró el grupo de tareas GT 40.2 junto al rompehielos “Almirante Irizar” y el buque de desembarco “Cabo San Antonio” (nave insignia del almirante Büsser), navegando en la retaguardia de la flota.

Una de las tareas que se le encomendaron después de la ocupación fue el sembrado de minas marinas que llevó a cabo en el mes de abril, aplicando, como lo explica Jorge Muñoz, un sistema elaborado e ideado por el mecánico del “Bahía Buen Suceso”, Domingo Chillemi.
Se trataba de veinticinco artefactos esféricos de 400 kilogramos de explosivos, anclados a una amarra sujeta a un peso que se asentaba sobre el lecho marino y los dejaba flotando a unos tres metros debajo de la superficie. Se colocaron todos en la entrada de Puerto Groussac, frente a la capital insular y se planificó hacer lo mismo en San Carlos y Bahía Agradable pero el general Menéndez descartó la idea, interesado solamente en proteger aquel punto.

Otra de sus actividades fueron las tareas de alije, debido a que la grúa con pluma real de 20 toneladas de la que estaba dotado, constituía la herramienta ideal para los trabajos de aligeramiento en otros buques de carga, tal como aconteció con el “Río Cincel”, el “Río Carcarañá”, el “Formosa”, el “Bahía Buen Suceso” y el “Mar del Norte”.

En días posteriores al 1 de mayo, el transporte continuó con sus tareas habituales llevando armamento hasta el Estrecho de San Carlos. En uno de esos viajes, el transporte se detuvo en un punto intermedio entre el islote Oeste y la isla Calista y allí tomó contacto con el “Río Carcarañá” que virando en redondo, comenzó a seguir su estela mientras se desplazaba hacia Bahía Fox.

Una serie de alertas rojas demoraron los trabajos de descarga, que comenzarían a las 23.00 hs. del 3 de mayo, después de que las bordas de ambas embarcaciones tomaran contacto al colocarse una junto a la otra (18.30). El “Isla de los Estados” comenzó llenar sus bodegas con el material que le fue pasando el “Río Carcarañá”, a saberse, un vehículo CTR TT-24 de la Prefectura Naval que viajaba con su conductor, marinero Jorge Eduardo López; tambores de combustible y varias cajas de municiones.

La tarea finalizó a las 14.30 del día 4, cuando se le ordenó al Río Carcaraña fondear en Puerto Rey, una amplia ría sobre la costa occidental de Lafonia, en la isla Soledad, a mitad del Estrecho de San Carlos y aguardar ahí nuevas instrucciones. Mientras tanto, el “Isla de los Estados” se desplazaría hasta Bahía Fox para descargar tambores de gasoil, nafta y JP1.

Los buques tendrían un tercer encuentro en Puerto Rey, hasta donde también llegó el “Forrest” llevando víveres. Allí pasaron la noche, después que el “Río Carcarañá” transfiriera otra carga de tambores de combustible al transporte de la Armada en medio de una fuerte tormenta. Para esa tarea, contaron con efectivos de la III Brigada de Infantería que habían llegado al lugar esa misma mañana, a bordo del “Monsunen”.

Las naves permanecieron fondeadas en el lugar por espacio de cinco días hasta que el 9 de mayo por la mañana sus radios captaron un desesperado aviso de alerta proveniente de alta mar. Nadie a bordo sabía su origen como tampoco quien la emitía, ignorantes de que en esos momentos el “Narwal” estaba siendo atacado dentro de la Zona de Exclusión.

Al día siguiente, lunes 10 a primera hora, el “Río Carcarañá” procedió a pasar al “Isla de los Estados” la cohetera SAPBA de fabricación nacional, desarrollada por CITEFA, utilizando para ello la pluma para 50 toneladas de la que estaba dotado, trabajo que supervisaron especialmente los capitanes Edgardo Dell´Elicne y Tulio Néstor Panigadi.
La poderosa pieza de 25 toneladas, estaba montada sobre un vehículo Fiat 6×6 y disponía de varios cañones con los que podía disparar en salva e incluso individualmente, proyectiles que superaban los 20 kilómetros de distancia. Junto con ella, pasaron los efectivos militares encargados de operarla, capitán Marcelo Sergio Novoa y sargento ayudante Víctor Jesús Benzo.

Siguiendo el relato de Muñoz, después del mediodía el “Forrest” zarpó con destino a Puerto Argentino en tanto el “Río Carcarañá” finalizaba su descarga y se apretaba a levar anclas. Fue poco después que el capitán de este último invitó a su colega del “Isla de los Estados” a cenar a bordo de su buque, lo mismo al coordinador naval Alois Payarola y al primer oficial José Esteban Bottaro.Durante aquella agradable cena, Dell Elecine le sugirió a Panigadi que no viajase de noche porque la intensa lluvia le iba a impedir la visión. Según su consejo, lo más acertado sería hacerlo al día siguiente, con las primeras luces, idea con la que Panigadi no estuvo de acuerdo.

El capitán del “Isla de los Estados” escuchó respetuosamente sus consejos pero se excusó amablemente de seguirlos, argumentando que los vientos habían amainado y que, por consiguiente, el peligro se reducía. Por esa razón, iba a aprovechar lo cerrado de la noche para navegar hasta Puerto Howard, a donde llegaría al amanecer y ahí esperaría nuevas instrucciones. Y Así fue como a las 21.00 horas, el “Isla de los Estados”, con su dotación completa, levó anclas y se hizo a la mar, ganando lentamente las frías aguas del estrecho.

La que navegaba por San Carlos esa noche era la fragata HMS “Alacrity”, que el almirante Woodward había enviado hacia allí para cerciorarse de que la bahía, en la que los británicos pensaban desembarcar sus fuerzas, estuviese libre de minas.
Se trataba de un recorrido de altísimo riesgo durante el cual, su comandante, el capitán Christopher Craig, debería desplazarse de norte a sur por el estrecho y luego remontarlo hacia su desembocadura, después de recorrer las aguas de la bahía, donde su gemela, el HMS “Arrow”, la estaría aguardando3.

De acuerdo a instrucciones recibidas antes de la misión, al pasar frente a las posiciones argentinas de Bahía Fox, el capitán Craig ordenó lanzar bengalas luminosas con el fin de mantener en tensión y alerta a la guarnición allí acantonada.
Los argentinos vieron iluminarse fantasmagóricamente el sector sin que se desencadenase ningún ataque sobre sus posiciones dado que la fragata siguió hacia el norte, perdiéndose en la oscuridad

A las 22.20 (01.25Z), el operador del radar informó a Craig que tenía un eco en sus radares que parecía señalar la presencia de una buque desconocido.
Una nueva bengala dejó a la vista al “Isla de los Estados” cuando navegaba hacia la isla Cisne con las luces apagadas efectuando espaciados barridos con el radar.

El capitán Craig impartió una serie de directivas y a las 22.25 (01.25Z) ordenó abrir fuego.
El cañón Mark 8 apuntó hacia el barco enemigo y disparó uno detrás de otro, una docena de proyectiles de 4,5 pulgadas que impactaron en la banda de estribor, generando un incendio de proporciones que en el término de pocos minutos alcanzó los tambores de combustible4, las bombas almacenadas en las bodegas y las cargas de la cohetera CITEFA.

Tremendas explosiones sacudieron la noche, destrozando el interior del barco y generando una impresionante bola de fuego que fue vista desde Bahía Fox y otros puntos, en ambas orillas.
El transporte naval comenzó a inclinarse rápidamente.
Al momento del ataque, la mitad de la tripulación se hallaba en sus puestos en tanto la otra, descansaba en sus camarotes.

En el puente de mando, el capitán Payarola tomó el micrófono de la radio y con voz agitada solicitó al “Forrest” que pidiese a las baterías costeras que dejasen de disparar ya que pensaba que el fuego que recibían era propio. El angustioso llamado fue captado por Claudio Mazzi, tercer oficial del “Río Carcarañá”, quien puso al tanto a sus superiores de lo que estaba aconteciendo.

El “Isla de los Estados” se hundía rápidamente por estribor cuando el marinero Alfonso López corría por el puente de mando. Ante de llegar, un nuevo impacto alcanzó de lleno ese sector, obligando a los tripulantes a alejarse de allí. López corrió hasta el puente y en medio de las llamas y el humo sofocante, ayudó a sus superiores (Panigadi y Payarola) a ponerse de pie. En el lugar yacían tendidos los cuerpos de varios hombres, casi todos muertos.

El buque se inclinaba peligrosamente cuando López, ayudado por el camarero Héctor Omar Sandoval y el capitán Payarola, arrojó al agua una de las balsas inflables. Una vez concretada la acción, Payarola se encontraba allí, obligó a ambos a arrojarse a ella y ante sus dudas (no querían abandonar el barco sin él), insistió. Los dos marineros se miraron y ante un nuevo exhorto del oficial procedieron a obedecer. Sandoval cayó al agua en tanto López lo hizo en el centro de la balsa.

Dada la inclinación que presentaba el “Isla de los Estados”, Payarola perdió el equilibrio y cayó al mar, lo mismo el capitán Panigadi y el primer oficial Bottaro a quienes López pudo localizar flotando, gracias al resplandor de los incendios. Estirándose hacia ellos los ayudó a subir a la balsa, no así a Sandoval y a Payarola, a quienes había perdido de vista.

Los tres náufragos comenzaron a remar con fuerza y celeridad intentando alejarse del desastre y evitar que la succión del buque los arrastrase hacia el fondo del mar. Diez minutos después, el “Isla de los Estados” desapareció bajo las aguas llevándose consigo a los muertos y heridos que había a bordo y a quienes flotaban cerca de su casco.
Caía una fina y helada llovizna cuando la obscuridad y el silencio invadieron el lugar.

Desaparecido el transporte, los tripulantes de la balsa recorrían los alrededores en busca de sobrevivientes y en esas estaban cuando veinte minutos después, repararon en una luz distante que parecía flotar sobre las aguas. Era el capitán Payarola que, con su linterna en la mano, hacía señales luminosas solicitando auxilio.

El oficial nadó hasta ellos y una vez a bordo, relató extenuado que al caer al mar, se había aferrado a otra balsa semihundida en la que se encontraban los marineros Antonio Máximo Cayo y Manuel Oliveira, de quienes debió alejarse porque la misma no iba a resistir el peso de tres hombres.

Panigadi, Bottaro, López y Payarola pasaron la noche achicando el agua que entraba en la balsa y remando con mucho esfuerzo intentaron alcanzar la costa, a la que recién divisaron con las primeras luces del 11 de mayo. Desesperados por llegar, comenzaron a remar con mayor intensidad comprobando que la corriente les impedía aproximarse. Fue entonces que Panigadi, conmovido por la experiencia vivida, solicitó más abrigo dado que el frío lo estaba afectando profundamente. Viendo aquel cuadro, Payarola y López, que trabajaban afanosamente en achicar el agua con sus botines, le gritaron que siguiese remando, eso a efectos de mantenerlo ocupado y evitar de ese modo que entrase en desesperación.

Cuando se encontraban a 40 metros de la costa los náufragos comprobaron que la balsa se estaba hundiendo y que era más el agua que entraba que la que sacaban. Entonces Panigadi, enajenado a esa altura y desesperado por alcanzar la orilla, saltó del bote y comenzó a nadar sin que López y Payarola pudiesen detenerlo. Casi enseguida hizo lo propio Bottaro, que llevaba puesto el chaleco salvavidas, para alcanzarlo y evitar que la corriente se lo llevase.

Los que quedaron en la balsa siguieron remando y cuando se hallaban a 20 metros de la costa, el militar se arrojó al mar y tirando con fuerza de una soga enroscada en la proa, arrastró a la embarcación hacia la orilla. Una vez en tierra, comenzó a recoger el cabo, tarea que suspendió súbitamente cuando distinguió el cuerpo de Bottaro flotando inerte en las aguas. Desesperado por no perderlo, Payarola se arrojó al mar y comenzó a nadar hasta donde aquel se mecía. Logró tomarlo por el chaleco y tirando con fuerza, lo fue llevando a la rastra hacia la playa, abrigando la esperanza de que todavía estuviese con vida.
El bravo oficial sacó a Bottaro del mar y después de arrastrarlo por el pedregullo y la arena, lo depositó en lugar seguro, pues todavía creía que podría revivirlo.
Abocado estaba a esa tarea cuando la voz de López llegó hasta él.
-¡Capitán! ¡Panigadi se nos va!

Cuando Payarola alzó la vista el capitán del “Isla de los Estados” se alejaba arrastrado por la corriente que en esos momentos acababa de invertir el rumbo.
Panigadi, completamente extenuado gritaba solicitando ayuda pero al cabo de unos minutos su voz se apagó y su cuerpo, enredado entre las traicioneras algas de la costa, las célebres “kelpers”, desapareció tragado por el mar.

Siguiendo instrucciones de Payarola, López se arrojó a las aguas heladas y después de nadar varios metros, haciendo un esfuerzo supremo, logró hacer pie y caminar en dirección a la playa.
Pese a que estaba agotado, ayudó a Payarola a arrastrar a Bottaro hasta un lugar más protegido y allí intentaron reanimarlo, sin conseguirlo. El primer oficial del transporte falleció algunos minutos después, víctima de un paro cardíaco, en medio de espasmos y contracciones, cuando una intensa lluvia se abatía sobre ellos.

Los dos sobrevivientes se acurrucaron en un principio de pozo que habían comenzado a cavar con los remos pero les resultó imposible descansar, no solo por la lluvia y el frío intenso sino porque todavía estaban profundamente conmovidos por la experiencia vivida.
Los días que siguieron fueron dignos de una novela de aventuras, con dos náufragos perdidos en una isla remota, sin recursos y lejos de todo contacto.

Con el viento y la lluvia arreciando, en la mañana del 11 de mayo López y Payarola abandonaron el improvisado refugio en el que habían pernoctado y echaron a caminar por un suelo pedregoso que les hizo difícil el andar (durante el naufragio, habían perdido un botín cada uno).
Caminaron por espacio de una hora hasta que, a lo lejos, alcanzaron a ver una vivienda con un galpón contiguo. No lo sabían todavía pero se hallaban en la mayor de las islas Cisne, frente a las costas de la Gran Malvina, al sur de Puerto Howard, en medio del Estrecho de San Carlos.
Encontrar ese asentamiento en un islote perdido en medio de la nada, fue una bendición del cielo. Sin dudarlo un instante se encaminaron hacia allí, esperanzados en encontrar alimentos y abrigo que les permitiesen sobrevivir. Cuando llegaron hicieron una breve inspección de los alrededores y después de abrir la puerta de la casa, comprobaron que la misma estaba abandonada.

Ya en el interior se quitaron las ropas y las pusieron a secar puesto que las mismas, no solo estaban empapadas sino también heladas. Hallaron unas bolsas de harpillera y lana de ovejas que había allí y cubriéndose con ellas, se echaron sobre dos camastros y se quedaron profundamente dormidos.
Se despertaron antes de la salida del sol y con mucha alegría, pudieron comprobar que su ropa interior se había secado y que en la alacena de la vivienda había alimentos (frutas secas, avena, mermelada, leche en polvo y azúcar), complemento ideal para el par de raciones individuales que habían conservado ambos al producirse el naufragio.
Era 12 de mayo y más no se podía pedir. Estaban eufóricos y aliviados por el hallazgo y por eso, la falta de elementos para hacer fuego no fue un contratiempo, menos cuando en el exterior descubrieron agua potable dentro de un tanque que recogía la lluvia.

Después de racionar con prudencia, los dos náufragos salieron de recorrida, a efectos de explorar los alrededores y ver si había habitantes en el lugar. Como no hallaron nada regresaron a la cabaña y se pusieron a conversar.
Jorge Muñoz explica en detalle las peripecias de aquellos dos hombres. La experiencia vivida, la soledad y la poca posibilidad de que alguien los encontrase hicieron nacer en ellos una profunda amistad.

Durante las horas de la noche, después de los almuerzos o las recorridas de exploración, se detenían a conversar y recordar viejas anécdotas, a fin de matar el interminable paso del tiempo. Payarola habló de sus experiencias en la Armada, de su familia y su juventud; López rememoró su Finisterre natal, allá en España, sus correrías infantiles en La Coruña, su viaje a la Argentina en 1940, a poco de finalizada la guerra civil, su ingreso en la Prefectura Naval en 1957, su paso a la flota mercante y su familia, compuesta por su esposa, Rosa y su hijo Manuel, con quienes vivía en un pequeño departamento de Avellaneda, cerca del estadio del Club Atlético Independiente.
El establecimiento rural en el que habían encontrado refugio se hallaba en la punta de una península en forma de aguja, en la costa norte de la isla, justo en la mitad de su extensión, donde formaba una importante bahía con otra de mayores proporciones que se extendía al noreste.

El establecimiento disponía de varios corrales ubicados detrás del gran galpón, en dirección sur y contaba con un muelle bastante extenso que se adentraba en la ría desde la costa oriental de la península.

El jueves 13 de mayo por la mañana, ya con la ropa completamente seca, Payarola y López, al mejor estilo Robinson Crusoe y Viernes, se confeccionaron calzados con cueros de oveja y echaron a caminar durante una hora y media hacia el lugar en el que habían desembarcado y donde yacía el cuerpo del malogrado Bottaro.
Bordearon la bahía, en dirección sudeste, hasta alcanzar el lugar y una vez allí, desde un terreno elevado, pudieron divisar a lo lejos, la importante silueta del “Río Carcarañá”.

Presas de viva excitación, se pusieron a hacer señas con palos y bolsas que habían traído especialmente desde el establecimiento rural, sin lograr hacerse ver. Cerca del medio día, después de dos horas de infructuosos intentos, alcanzaron a distinguir a una nave menor que se dirigía directamente al buque mercante. Era el “Forrest” que al comando del teniente de navío Rafael G. Molini, buscaba a posibles sobrevivientes del desastre.

Desalentados y extremadamente cansados, a las 16.00 horas emprendieron el regreso a la cabaña sin perder las esperanzas de que en algún momento lograrían llamar la atención de quienes los buscaban.

Mientras eso sucedía, desde el “Río Carcarañá” y el “Forrest” hombres en permanente vigilia oteaban el horizonte con sus prismáticos en tanto los radares del primero efectuaban constantes barridas para ubicar a los sobrevivientes.

El viernes 14 de mayo fue un día de vientos y e intensas lluvias pese a lo cual, Payarola y López se dirigieron nuevamente a los peñascos para insistir con las señas. Lo intentaron por espacio de dos horas pero dado el clima imperante, acabaron por desistir.

Al día siguiente, con mejor tiempo, improvisaron una suerte de baliza utilizando la tela color naranja del bote salvavidas y como en las oportunidades anteriores, regresaron nuevamente a la cabaña para racionar y pasar la noche sin haber logrado llamar la atención de su gente.

Cuando a la mañana siguiente se despertaron, desayunaron y esperaron dentro de la propiedad hasta cerca del mediodía, volvieron a salir. Era una jornada de sol radiante y cielo despejado, algo que les dio ciertas esperanzas e hacerse ver. Una vez en aquella suerte de atalaya que formaba el terreno elevado, comenzaron a agitar la tela naranja al tiempo que hacían señal por medio de un espejo.

A bordo de ambas embarcaciones las tripulaciones vigilaban el horizonte cuando desde el “Forrest”, alguien creyó distinguir una luz en la lejanía. Habían dado con los sobrevivientes del “Isla de los Estados” poniendo fin a su odisea.

Desde las dos naves se dispararon bengalas e inmediatamente después, la de menor calado puso proa hacia la isla.

Demás está decir que la alegría de los náufragos fue inenarrable.

El “Forrest” llegó a la costa y de él descendieron varios marinos, para ayudarlos a embarcar y recoger el cadáver del oficial Bottaro.

Los dos únicos sobrevivientes del “Isla de los Estados” habían sido rescatados pero su odisea, no había finalizado.

Referencias
1 Los restos del teniente Casco fueron encontrados en la Isla Jasón del Sur, cuando un equipo del Ministerio de Defensa británico recorría el archipiélago junto a la policía local en busca de municiones sin detonar. En el mes de mayo de 2008 fueron devueltos a la Argentina junto a un pedido de disculpas formal por los años que habían transcurrido sin ser devueltos.
Al momento de ser hallado, el cuerpo carecía de identificación por lo que, una vez en Buenos Aires, la Cancillería lo remitió inmediatamente a la Fuerza Aérea y esta al Banco Nacional Genético del Hospital Durand, donde se los sometió a un examen de ADN. En junio de ese año, se pudo determinar que se trataba del teniente Jorge Eduardo Casco, oriundo de Roque Sáenz Peña, provincia de Chaco. Por deseo de su familia, sus restos fueron sepultados en el cementerio de Puerto Darwin, en las islas Malvinas, en una ceremonia con honores militares. El brigadier Gordon Moulds, comandante de las British Forces South Atlantic Islands, previo responso en el aeropuerto de Puerto Argentino, a cargo del monseñor Michael McPartland, presidió la ceremonia. Estuvieron presentes durante el sepelio su esposa, Ivone Dentesano; su madre, Ofelia Carolina Codutti y sus hijos, Guillermo y Julieta quienes viajaron en un vuelo especial desde el Aeroparque Metropolitano de la Ciudad de Buenos Aires al que concurrieron autoridades nacionales, militares y religiosas.
Fue el primer vuelo humanitario que llevó al archipiélago los restos de un combatiente argentino muerto
durante la guerra.
2 El faro del fin del mundo, escrita en 1901 y editada por primera vez (por entregas) entre el 15 de agosto
y el 15 de diciembre de 1905 en la “Revista de Educación y Recreo” de París.
3 Debía hacer observación y rescatar a los sobrevivientes del “Alacrity” en caso de ser hundida.
4 Contenían 325.000 litros gasolina para aviones.